No
hay nada como un paseo a solas por la playa.
Caminar
descalza por la arena calentita mientras el agua te alcanza los pies
de vez en cuando, y en tu cabeza suena la misma canción una y otra
vez.
Ver
el atardecer en soledad, dejando que algunas de tus lágrimas se
pierdan entre granos de arena y otras se fundan con el agua salada
del mar.
Imaginar
que cada ola que rompe al llegar a la orilla, independientemente de
lo grande o pequeña que sea, son las piedras que vas encontrando en
tu camino. El mar sigue intentando que esas olas lleguen lejos. Sin
embargo, tú te derrumbas porque ya no te quedan fuerzas.
El
viento, que sopla fuerte, te despeina mientras intentas recordar todo
lo bueno que te ha dado esta vida hasta ahora. Entre lo poco que
encuentras, está él. Te encantaría tenerle ahí. Cambiar ese
momento en soledad por estar a su lado, porque no es fácil estar separados.
Y
te lo imaginas contigo. Recreas un abrazo que hace que os fundáis en
uno, al mismo tiempo que aquella canción suena de fondo en vuestras
mentes y le recuerdas que le quieres más que a nada, que no quieres
volver a separarte de él, le pides que no se vaya.
Es
ahora cuando sólo es el sonido del oleaje el que acompaña a esas
lágrimas de amor sincero que resbalan por vuestras mejillas.
Todo
desaparece entre los besos lentos y los latidos de vuestros
corazones.
Ahora
sois uno.